Que la fealdad no nos gane la pulseada
- Emiliano Damonte
- 28 may
- 4 Min. de lectura
Por Emiliano Damonte Taborda

La belleza se enseña y se aprende
La Tana (Gioia Fiorentino) era una de las personas más inteligentes y cultas que he conocido, por lejos. Tenía tres virtudes que representan una ventaja enorme en este mundo: leía muy rápido, poseía una memoria prodigiosa, y era capaz de crear un universo de relaciones válidas y casi infinitas entre la información que incorporaba, con la voracidad de una ballena abriendo sus fauces de par en par. Era casi completamente autodidacta y eso la dejaba afuera de un academicismo canónico que ella repudiaba por limitante. Se permitía cuestionar a Arnold Toinbee y su visión de la Historia con la misma soltura con la que le discutía al verdulero el estado de las berenjenas, se peleaba con Freud y se amigaba con Jung, reverenciaba a Borges una mañana y la siguiente lo trataba de viejo de mierda, todo como si ellos hubieran estado ahí, en la cocina tomando café negro y sin azucar con ella. Tal vez era que merced a esa memoria prodigiosa que poseía, un poco como Funes el memorioso, los tenía dando vueltas por ahí todo el tiempo.
Leer era innegociable. En casa se leía y se hablaba de lo que se leía. La leyenda de mi pasaje a la adolescencia cuenta que un día, cuando no tenía yo más de 12 años, Gioia me entregó un ejemplar que recogía a “La picaresca” y me dijo algo así como —Si querés leer algo bello, leé esto —. Sin dudas debe haber dicho algo más elaborado, pero mi memoria no es prodigiosa, guarda solo conceptos. La belleza del lenguaje era evidente, pero no entendía un carajo al principio, tuve que trabajar leyendo llamadas a pié de página, preguntando y buscando en diccionarios, y la lectura no fluía. De a ratos era medio un embole, pero mi madre esperaba una devolución casi diaria. “¿Leíste lo que te dí?” “¿Viste lo que le hizo?” “El ciego era un miserable.” Y sin darme cuenta comenzaba a entender. Descubría la historia e incorporaba un concepto estético del lenguaje, las palabras podían expresar belleza pero también podían ser bellas. Se podía contar lo bello feamente, correctamente, o con belleza, y empecé a amar a esos tipos que me acariciaban el alma con palabras que contaban la fealdad con belleza sublime, y ese contrapunto se volvió una necesidad para mi alma, porque vivía en un mundo lleno de fealdad, pero había encontrado una manera bella de contármelo a mí mismo, luego supe que mis palabras marcan el límite de mi mundo, y también su calidad, y mi madre me había señalado el principio del camino.
Cuarenta años más tarde viajaba con esa misma mujer en ambulancia, por los campos de amapolas de la primavera abruzzese, con los tres mil metros del majestuoso macizo de la Majella a nuestras espaldas, intuíamos, pero no sabíamos todavía, que solo tres semanas más tarde ella se apagaría para siempre, había quedado ciega hacía ya algunos años. Entre los adhesivos de la ventanilla de la ambulancia pude ver toda la belleza que me rodeaba, y entonces entendí. Entendí que la vida sólo encuentra sentido en la belleza, y que la belleza se enseña y se aprende, y que esa viejita ciega, débil y asustada que para mi era gigante, me lo había enseñado mostrándome la puerta, hacía mucho tiempo, y me había salvado de la fealdad de un mundo que de otro modo hubiera sido absurdo y sin sentido. Y se lo dije, y me apretó la mano.
Contarnos otra historia
Son momentos oscuros los que vivimos. Lo berreta, lo superficial, el relato pedorro, parecen habernos copado la parada. Hablamos del precio de las empanadas, discutimos si gente que se afanó medio país tiene que ir en cana o no, insultar es gratuito, los desplantes no sorprenden a nadie, se manipula la opinión de la gente a los gritos o susurrando post verdad, la información parece haber sustituido al conocimiento. Es indudable que se ha vuelto indispensable levantar la mirada y comenzar a defendernos de la fealdad, a no transar con que las cosas están como están y no podemos hacer nada. Se trata de resistir desde la belleza que hay en lo humano, y el arte es sin dudas de los más válidos recursos posibles contra la opresión. Porque vivimos en un país que fue siempre bendecido con mentes brillantes, potentes, contradictorias y en conflicto, pero bellas, y eso nos da la oportunidad de contarnos otra historia, no esta mierda superficial de conveniencias individuales y juicios poco originales y ligeros. Porque tiene que haber algo mejor que la codicia de unos y la rabia de otros, porque estamos hechos de mucho más que de avaricia e indiferencia. Yo encuentro belleza en la lectura, en el teatro, en la naturaleza y en la amistad, la gentileza, la consideración, la bondad. Es por acá. Que no nos gane la pulseada la fealdad.
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