Elogio del bodrio y la diversidad, porque entre las grietas está Dios, que acecha.
- Emiliano Damonte
- 25 jun
- 3 Min. de lectura
La búsqueda del resultado nos está matando, dicen por ahí. Pero lo que sucede es mucho peor, no nos está matando, nos está dejando en un mundo vacío. La evolución del relato en nuestra sociedad tiene algo que ver con esto. El resultado se ha transformado en un título vacío al que le falta todo el desarrollo. Entonces hay cada vez menos gente que entienda de procesos, que sepa cómo las cosas llegaron hasta acá. En este mundo que niega el proceso, se repudia el bodrio y se aplaude el éxito. Y esto parece ser muy sensato, aunque tal vez no lo sea tanto.

Hace poco escuchaba una entrevista a Kado Kostzer, que escribió “La Generación Di Tella y Otras Intoxicaciones”, una historia de lo que pasó en la década del sesenta en el Instituto Di Tella, esa usina de arte que determinó mucho de todo lo que pasó en el teatro, el cine y las artes plásticas argentinas en las décadas siguientes, incluso hasta el día de hoy. En esa entrevista se hablaba del rol que tuvo en esos años la experimentación en todos los campos, y destacaba que este proceso no sólo había producido genialidades, sino que también había generado una gran cantidad de “bodrios insufribles”. Escuchándolo no pude dejar de hacerme la siguiente pregunta: ¿Puede extirparse el bodrio durante el proceso? ¿Cuál es el valor del bodrio? ¿Es el bodrio verdaderamente un error? Está claro que en Argentina en los años sesenta conocían muy bien las respuestas a estas preguntas.
El proceso creativo no puede prescindir del “error”, simplemente porque se nutre tanto de éste último como del acierto. De una manera muy concreta el resultado final surge de la relación dialéctica entre belleza y fealdad, entre obscenidad y buen gusto, entre lugar común y originalidad, entre técnica e improvisación. El resultado no es igual a la suma de las partes, es otra cosa.
El ambiente caótico del arte independiente es un caldo de cultivo para la genialidad, pero en medio de este, crece y madura el bodrio. Que a nadie se le ocurra pensar en la simplificación de "el trigo y la cizaña". No, el bodrio y la genialidad surgen de la misma matriz y se distinguen solo de frente al público, que es finalmente donde cobran verdadera vida y se hacen identificables, cobrando una inestable forma de existir.
Hace poco me topé con fotos de un Happening en el que participó mi madre, Gioia Fiorentino, en 1967 en el Centro de Experimentación Audiovisual del Instituto Di Tella, durante el que se revoleban pedazos de carne y tachos de pintura roja, un happening que formaba parte de una serie de eventos promovidos por Oscar Masotta en un proceso que hoy es estudiado como un poderoso intento de ruptura con las ortodoxias, con el cánon. El pensamiento de Oscar Masotta desorientaba e incomodaba a quienes aplicaban el molde de un paradigma excluyente (Silvia Friera Pag12, 11sep2004), se trata de uno de los gigantes del pensamiento argentino, una figura crucial y polémica en la modernización del campo cultural argentino entre los años cincuenta y los setenta, un pedazo de Historia. Sin embargo, personalmente no tengo dudas de que de haber participado de uno de esos happenings, yo hubiera calificado la experiencia de “bodrio”. ¡Y sin dudas lo hubiera recomendado! Creo firmemente en el valor (absolutamente relativo) del bodrio y en su rol indispensable en la consolidación de cualquier movimiento cultural.
Esta pata del proceso creativo no siempre es rentable, pero es indispensable. Si atamos todo a la persecución del éxito y del rédito económico, nuestro algoritmo terminará por darnos la fórmula del éxito y nos evitará cualquier probabilidad de generar un fracaso, lo que terminará finalmente asesinando al genio y a la belleza, que solo pueden crecer en la diversidad. El mundo se parecerá mucho más a un campo de soja, verde y uniforme, nuestra existencia valdrá mucho menos la pena, y seremos mucho menos humanos.
El genio humano no tiene fórmula y no responde a instrucciones estandarizables, el cánon siempre oprimió y desarrolló herramientas de control cada vez más poderosas, buscando la uniformidad y la fluidez de lo lúcido, como nos dice Byung Chul Han. Sin embargo aprendimos por gente como Masotta, como Gioia Fiorentino, como Roberto Plate, como Martha Minujín, y otras decenas, que como dice mejor que nadie Borges, siempre habrá un descuido, una hendidura, y entre las grietas encontraremos a Dios, que acecha.
Viva la prueba y el error, viva el genio que surge de la imperfección, viva la belleza de lo humano, de lo que no es obvio, de lo que no se califica, de lo que raspa. Viva la única libertad posible, que es la de ser genuinamente humanos.
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