Un gran amigo de la casa, Enrique Krauth, profesor de historia, hombre filoso e hincha de San Lorenzo, nos hizo llegar esta carta que envió a algún medio allá por abril de 2001, cuando asomaba la primera temporada de "El Gran Hermano". Sin dudas es un documento que nos permite ver hasta que punto el mundo ha seguido cambiando, pero también nos permite analizar visiones que siguen teniendo vigencia. Un interesante viaje en el tiempo merced a este "fósil" epistolar... nos referimos a la carta, no al Profesor Krauth.
El Gran Hermano como producto ya ha tenido que reinventarse en 20 años
Jaque a la intimidad, mate a la libertad.
La intimidad, la privacidad, es tal vez el último espacio de libertad que les queda a los hombres y mujeres de hoy, y de siempre.
Todos necesitamos de ese lugar, de ese espacio donde podamos (lejos de miradas indiscretas) desarrollar nuestros sueños, nuestras más íntimas fantasías, nuestros pequeños rituales, nuestros secretos gestos. Un lugar donde nada pueda cohibirnos o intimidarnos o condenarnos. Un lugar donde podamos refugiarnos de la mirada de los "otros", (el infierno según J.P. Sartre). Un lugar adonde sólo llegue nuestra conciencia o, para aquellos que creen, la mirada de Dios.
Uno de los mayores problemas que conlleva la pobreza es precisamente, la pérdida de la intimidad. El hacinamiento en que viven innumerables familias les impide gozar de ese espacio donde los padres puedan dialogar, discutir o tener relaciones sexuales sin la presencia de los hijos. Chicas y chicos que no pueden desarrollarse y crecer con el necesario cuidado y respeto de su intimidad, sin una adecuada valoración de su cuerpo, de sus sentimientos, de su libertad, y en definitiva, de su vida.
En este sentido, aquellas personas que son encarceladas, sufren, además del encierro, el hecho de saber que durante el tiempo que dure la condena, cada acto de su vida, hasta los más íntimos, tendrán que hacerlos en presencia de los demás. En este caso la pérdida de la libertad trae consigo la pérdida de la intimidad.
Libertad y privacidad son valores inseparables.
A pesar de esto, en los últimos tiempos los canales PRIVADOS, muy defensores de la "libertad", sobre todo de la Libre Empresa y del Librecambio, han importado programas donde toda la realización artística se resume en instalar cámaras para registrar todos los actos de participantes que, como buena imagen de los tiempos que corren, van eliminándose uno a uno. "El Gran Hermano" es el punto culminante de este tipo programa donde una determinada cantidad de hombres y mujeres se encierran en una casa por ¡¡¡ciento doce días!!! a sabiendas de que todo lo que hagan será filmado y observado después por millones de personas.
Si bien es cierto que a ninguno de los participantes se les puede poner (por suerte la "tecnología" no llega a tanto) una cámara que registre sus pensamientos, es por demás evidente que están dispuestos voluntariamente a ser observados por el ojo de la cerradura cuando van al baño, a que les lean sus cartas, a que les escuchen sus llamadas telefónicas, a que los vean llorar, o reír o hacer el amor.
Y aquí surgen dos preguntas inquietantes, por un lado ¿Qué es lo que lleva a estas personas a renunciar a su libertad y a su intimidad? Y por otro lado, lo que es aún más aterrador ¿Qué es lo que lleva a millones de personas a querer ver indiscretamente la intimidad de otros?.
La respuesta a la primera pregunta habrá que buscarla superficialmente en la obtención de un premio económico y más profundamente en ese "virus de la televisión" que afecta últimamente a nuestra sociedad, que nos hace creer que sólo existe aquello que aparece en los medios, que nos hace estar dominados por la realidad virtual que los medios nos imponen.
La repuesta a la segunda pregunta es inmensamente más difícil, habrá que buscarla en la pérdida de valores como la discreción, el respeto hacia nuestros semejantes; y tal vez en esa amarga sensación de no sentirnos protagonistas, de ser simples espectadores de los tiempos que se viven.
Los que seguramente tienen las respuestas a estas preguntas son los poderosos dueños y directivos de estos grandes canales privados, que cuentan con su cuadrilla de profesionales mercenarios dispuestos a estudiar nuestras taras psicológicas y sociológicas en beneficio de sus patrones. Patrones que por otro parte y paradójicamente son muy celosos defensores de su vida privada, de sus secretos bancarios y de sus misteriosas conexiones.
Pero aquí estamos nosotros, con nuestros pequeños sueños, nuestras pequeñas miserias, nuestros pequeños amores, nuestras pequeñas locuras. Tal vez sea cierto que no podemos cambiar el curso de los tiempos, tal vez sea cierto que no podemos impedir que desde los centros del poder mundial nos condenen a pagar una deuda por algo que nunca tuvimos, tal vez sea cierto que el entramado del poder real nos impida sentirnos protagonistas de la época que nos tocó vivir. Pero de lo que estoy seguro es de que no podemos cometer el error de creer que "como total son otros los que venden su intimidad y son otros los que espían", esto no nos afecta. Grave error. La libertad y la privacidad no son valores individuales. No podemos proteger nuestra intimidad sino respetamos la del otro, como tampoco se puede gozar de la libertad sino defendemos la de todos.
Aún podemos defender nuestra intimidad, tenemos que defenderla. Todavía podemos cerrar la puerta del baño y cantar apasionadamente bajo la ducha y decidir libremente abstenernos de espiar por el ojo de la cerradura, de leer cartas de otros, de escuchar conversaciones ajenas. Quizás podamos ejercer así nuestro "pequeño" protagonismo a pesar de lo que los poderosos nos quieran hacer consumir. Todavía tenemos el poder de cambiar de canal o mejor aún, de apagar el televisor.
Buenas noches
Abril de 2001
Enrique Krauth
D. N. I. 13.620.552
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