Dos eventos ampliamente reflejados en las páginas de diarios y portales nos dieron una interesante oportunidad de analizar los modos en los que el poder es ejercido en nuestro país. Las declaraciones de Kueider sobre la intención de Unión por la Patria de que "explote todo" y la condena de Alperovich por abuso sexual, son fotos de una política que cree ser dueña de la ciudadanía.
El blanqueo de Kueider
Las declaraciones del Senador Nacional por la Provincia de Entre Ríos, Edgardo Kueider respecto a la votación de la Ley de Bases en el Senado sonaron fuerte:“La consigna [de Unión por la Patria] era que explote todo”. No es que Kueider nos haya abierto una ventana interdimensional a una realidad que nos estaba velada por las leyes del universo, la verdad es que estaba bastante claro que querían que salte todo al carajo, pero primero el voto y luego la declaración de Kueider, pusieron sobre el tablero de manera explícita y de boca de uno de “ellos”, un tema sensible que tiene que ver con un modo de hacer política en Argentina, con la relación de una clase con el poder y con el poder que ejercen finalmente sobre la ciudadanía. Kueider dejó expresado lo que todos sabemos sobre los que se sienten dueños de “la calle”, dueños de “el pueblo”, dueños de “los derechos humanos”, dueños de “los pobres” (véase Desarrollo Social y comedores truchos, planes y demás yerbas), dueños, dueños, dueños.
Dependencia, poder y autoridad
El otro momento símbolo de época de estos días, es la condena al ex Gobernador de Tucumán José Alperovich a 16 años de cárcel por el delito de abuso sexual agravado, delito que se encuadra en el mismo código de quienes, desde la política, se sienten dueños del país, de las provincias y de sus ciudadanos, ejerciendo todo tipo de violencias y ostentando hasta hoy una impunidad que repugna. El magistrado consideró en la sentencia, que todos los sucesos se cometieron “mediando intimidación y con abuso de una relación de dependencia, de poder y de autoridad”. Mejor definido, imposible.
La condena a Alperovich tampoco nos abre los ojos a nada que no supieramos. Mi generación despertó a los abusos de los Señores feudales de las provincias con el caso María Soledad, pero empezaron mucho antes y es probable que pase mucho tiempo antes de que dejen de verificarse. Pero lo importante de este caso es que sienta un precedente potente y que deja claro que lo que llevó a Alperovich a actuar con semejante atrevimiento, es una concepción concreta y definible del poder, que es común a una gran parte de la clase política argentina. Alperovich no es un bicho raro, es tal vez más perverso que un tipo como Insaurralde, y no es muy diferente de quien obliga a otros, haciendo leva en la miseria, a marchar, o a tirar piedras, o a cortar calles. Alperovich es el símbolo más horrendo de una manera de hacer política y de ejercer el poder que debería ser erradicada.
Síntesis
En síntesis, parecería que hay un sistema de cosas que empieza a encontrar un tope, aunque no creo que tengamos motivos para festejar demasiado. La nominación de Ariel LIjo a la Corte Suprema por ejemplo, es una evidencia contraria a la tendencia que yo pretendo descubrir en los dos hechos que relaciono en este artículo. Las semanas que siguen nos irán contando cómo sigue todo esto, por ahora me conformo con poco, y que cada tanto el abuso de poder quedé expuesto en toda su horridez, es una buena noticia.
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