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Viejos, tullidos y niños enfermos, la medida de nuestra humanidad

  • Foto del escritor: Emiliano Damonte
    Emiliano Damonte
  • 5 jun
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 6 jun

Uno de los indicadores más claros de humanidad que me ha enseñado la vida es el de “trato a los más débiles”. Pocas cosas te dan más información sobre un interlocutor, por ejemplo en una cena, que el modo en que se dirige al mozo. Si lo trata mal, noventa por ciento es un sorete. Establecida esta elegante premisa, hablemos de discapacitados, jubilados y niños enfermos.



Un verdadero clavo

Digámoslo claramente: el discapacitado electrodependiente es deficitario, un verdadero clavo para la sociedad. En general no puede trabajar y no genera nada, no aporta, no paga impuestos. Y un pibito con una cardiopatía congénita !!!??? ¿Sabés lo que cuesta una operación de esas? Encima hay algunos que tienen tres, cuatro, seis cirugías a lo largo de la vida. La naturaleza es sabia, sin la intervención del hombre y la financiación del Estado todos esos personajes no existirían, y tendríamos un mundo maravilloso y sin déficit fiscal. Los viejos ya vivieron, hicieron su camino, dejemos que la selección natural haga su trabajo, otro clavo para la sociedad. ¿Por qué no se pagaron una jubilación privada mientras laburaban en este país tan estable? Aparte, si siempre nos hemos limpiado el culo con los viejos estos. ¿Justo ahora les agarra el ataque de empatía?


Un sociedad sin altura

Si podemos medir la estatura de nuestra sociedad por el modo en el que trata a los más débiles, estamos al horno. Hay que apretarse el cinturón, ok. Pero administrar es también saber donde apretar y donde nunca, jamás, se debería apretar. Discapacitados, ancianos y niños enfermos, en el hogar donde nací y de la manera en que me criaron, deben ser prioridad y objeto de cuidado y dedicación. Eso me enseñaron. 


Hoy hay plata para que la SIDE controle a los periodistas pero no para que un electrodependiente que vive lejos de un centro urbano reciba atención médica indispensable. Los profesionales son héroes, lo mejor de nuestra sociedad, y  vienen lidiando con este tipo de problema de toda la vida, esperemos que a nadie se le ocurra echarles la culpa de algo. 


En el Parlamento

El Congreso está tratando leyes que buscan mejorar una situación que no tiene origen en estos últimos meses, ni siquiera en estos últimos años. El abandono a los más débiles de nuestra sociedad es una cuestión estructural de nuestro sistema. Estas leyes que busca sacar adelante el Congreso son meros parches, tampoco resolverán ningún problema de fondo sino que en el mejor de los casos resolverán coyuntura, como casi siempre. Pero no es posible mirar para el costado todo el tiempo. Es falso que la situación solo puede resolverse abandonando a viejos, niños y discapacitados. Una mentira escandalosa y de poco vuelo. Si no es esta la solución, entonces piensen otra, pero una que sea diferente de "abandonar".


Personalmente espero que en este año electoral, al menos por conveniencia se pueda encontrar alguna solución que mejore la desesperante situación que viven las tres categorías arriba nombradas, las repito por las dudas: jubilados, discapacitados y niños enfermos. Estemos atentos al accionar de nuestros representantes, esos a quienes nosotros, con nuestro voto, pusimos en ese lugar.


Mirarse al espejo

Los que no son capaces de poner como prioridad a los débiles, los que se rasgan las vestiduras y usan este momento para tapar las porquerías que han hecho cuando eran gobierno deteriorando todas las estructuras del Estado y destruyendo la institucionalidad; los que están en el Parlamento para hacer negocios, los que voltearon Ficha Limpia y permiten que la corrupción siga enquistándose y presentándose a elecciones; los que mantienen al centro de la agenda el precio de las empanadas para que no hablemos de producción, de empleo y de las reservas negativas del Central; los que por lustros ensuciaron con la mugre de su ambición y con inmoral desfachatez palabras como “social”, “compañero”, “libertad”, “solidario” o “derechos”; todos estos harían bien en pegarse una mirada en el espejo y, a la luz de cómo se están ocupando de los más débiles, darse una medida como seres humanos. Solitos, en el espejo del botiquín del baño, sin cámaras, sin micrófonos, a solas con su conciencia. 


Ojalá no fuera necesario recordar, como si se tratara de una maldición Bíblica, que al final, un día, todos seremos los más débiles de la sociedad y dependeremos de otros. Más tarde o más temprano, es característico de nuestra existencia que la vida nos iguale.



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