Ley Ómnibus: llevame despacio que voy apurada, decía mi tía abuela
- Emiliano Damonte
- 8 feb 2024
- 3 Min. de lectura
Hace unos días en esta misma bitácora decía que solo el tiempo nos diría si encarar de plano con 640 artículos, así, en frío, había sido una buena idea. Se argumentaba que semejante atrevimiento estaba sostenido por la urgencia desesperante de una situación crítica, la misma que Javier Milei describió en su discurso de asunción frente a la plaza del Congreso y que todos más o menos reconocemos y veníamos anunciando hace tiempo. Con el diario del lunes, parecería que no fue muy buena idea tirar todo sobre la mesa de una manera tan desprolija, y acá me acordé de mi tía abuela: “Llevame despacio que voy apurada”, solía decir.

Configuración caótica
Los pocos acuerdos que había conseguido el Gobierno se han debilitado, el fraccionamiento del Parlamento se profundizó dejando a todos mareados y confusos, de los 640 artículos no salió ni uno solo y ya se empieza a hablar de plebiscitar buscando gambetear al Congreso. Difícil de entender este país y su dirigencia, incomprensible el diseño táctico de Milei. Sigo esperando que me sorprenda y aprenda del porrazo que se pegó, pero la lista de los parlamentarios que votaron “a favor y en contra del Pueblo” me suena a populismo del peor, se muestra irreflexiva y poco hábil, y me quita esperanzas.
Fuerza o sabiduría
Javier Milei tiene una oportunidad extraordinaria de cambiar las cosas, una de las últimas en mucho tiempo si es que no la usa con sabiduría, y debe usar sabiduría, porque fuerza no tiene. Repetimos como tozudos burros que Milei obtuvo el 56% de los votos, pero lo hacemos evitando recordar que los obtuvo en el ballotage y que la representación (osea la fuerza en una democracia representativa) con la que cuenta es nimia, apenas un tercio en el mejor de los casos, y son los número que arrojó la elección de octubre. A ver si lo recordamos: cuando se va a ballotage, se va porque nadie alcanzó una mayoría suficiente, se va porque se está frente a un fuerte fraccionamiento de fuerzas. Ese es el contexto en el que se debe mover el Gobierno de Javier Milei.
Los consensos que se encontraron alrededor de la ley ómnibus tienen que ver con diferentes factores, pero sobre todo están basados en la conciencia de la gravedad de la crisis, nadie la niega. Ahora, esos consensos estuvieron fragmentados y desorganizados porque la propuesta fue desorganizada y caótica. Todos encontraron en algún lugar de la ley Ómnibus, puntos con los que estaban de acuerdo y aspectos que los espantaban. La ley funcionó como una especie de barredora que levanta todo en la esperanza de que la gravedad de la crisis y los puntos de acuerdo fueran más fuertes que el espanto. Pero a medida que la ley perdía partes y se debilitaba, las diferencias y las disidencias fueron haciéndose inocultables, los bloques se fueron fragmentando y la ley se disolvió como una pastilla de Redoxon ante los ojos de todos.
Institucionalidad y más institucionalidad
¿Qué va a pasar? Ah no, ni idea. Sería bueno que este baño de realidad tan costoso sirva para algo, porque este país no puede seguir gastando más de lo que genera, porque no puede seguir siendo el país del apriete, porque el narcotráfico nos está llevando puestos, porque la gente cada vez morfa menos y peor, porque la calle está llena de miseria, porque la salud pública se resquebraja, porque la inflación empezó a comerse a la sociedad y ya no solo a su bolsillo.
Loris Zanatta decía hace algunos días en la Revista Seúl (muy buena discusión con Julio Montero que me recordó el valor de la dialéctica), que el único camino es el del fortalecimiento de las instituciones, que no hay atajos. No hay decretos, no hay plebiscitos, no hay Bukeles, que puedan sustituir el funcionamiento de las instituciones y llevarnos a buen puerto. Pónganse de acuerdo muchachos, háganlo en el Congreso y dejénse de joder que afuera la gente la está pasando mal en serio, pero ojo, no vale todo. “Llevame despacio que voy apurada”, decía la vieja.
Buenos precios, que no se corte la luz, una pelopincho, espíritu crítico y ojos atentos, les augura El Aguijón para los días que siguen.
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