El presidente dijo que 2024 «será el primer año de superávit fiscal sin entrar en default en toda la historia argentina». Mantuvo su línea discursiva de ataque contra "la casta" sosteniendo que «no hay nada más empobrecedor y que enriquezca más a los políticos que el déficit fiscal» y envió un claro mensaje a los Gobernadores destacando que si Nación logró «bajar el gasto al 25% del PBI», se requiere que las provincias «hagan una reducción de 60 mil millones de dólares»
Un Milei cómodo, hablando de lo que él prefiere hablar, hizo lo que suele hacer muy bien. Utilizó la presentación del Presupuesto 2025 como plataforma del contínuo relanzamiento de su gestión. Destacó los éxitos y reforzó la base de su relato agigantando la figura de la casta. El presidente destacó que el Presupuesto 2025 será «diametralmente distinto a lo que nos tienen acostumbrados», incluso «el más radicalmente distinto de nuestra historia».
Por cadena nacional, afirmó que el proyecto oficial está concebido bajo la certeza de que «a más profundo el cambio, mayor tiene que ser el esfuerzo empeñado».
El presidente afirmó que el Presupuesto 2025 le pondrá un «cepo al Estado» y «va a cambiar para siempre la historia de nuestro país» y remarcó que el objetivo es «blindar» el equilibrio fiscal.
Milei agregó en su discurso «no hay nada más empobrecedor y que enriquezca más a los políticos que el déficit fiscal», al criticar el modelo de «la casta».
Además, planteó que «la justicia social no es justa sino extremadamente violenta, basada en un principio inconsistente que dice que donde hay una necesidad hay un derecho, pero las necesidades son infinitas y los recursos son finitos».
El presidente resaltó también que 2024 será «el primer año de superávit fiscal sin entrar en default en toda la historia argentina». «Vaya si no será gestión», expresó.
Por último, Milei sostuvo en su discurso que si la Nación cumplió con el compromiso de «bajar el gasto al 25% del PBI», se requiere que las provincias «hagan una reducción de 60 mil millones de dólares».
«Por cada peso que dejen de gastar las provincia o municipios, lo podrán devolver bajando ingresos brutos u otras tasas», propuso el mandatario, y añadió que, de esa forma, «los argentinos de bien estarán agradecidos».
Discurso completo de presentación del Presupuesto 2025 en el Congreso
«Hoy estamos aquí para presentar un proyecto de presupuesto nacional que va a cambiar para siempre la historia de nuestro país, de manera que podamos volver a ser la Argentina grande que alguna vez fuimos. Después de años donde la clase política vivió poniendo cepos a las libertades individuales, hoy venimos aquí a ponerle un cepo al Estado.
Este proyecto de presupuesto que estamos presentando hoy aquí tiene una metodología que blinda el equilibrio fiscal sin importar cuál sea el escenario económico. Esto significa que, independientemente de qué ocurra con la economía a nivel macro, el resultado fiscal del sector público nacional estará equilibrado.
Este blindaje fiscal abre una nueva página en nuestra historia, a partir de ahora desconocida. A partir de ahora la Argentina será solvente, con la consecuente baja del riesgo país, de la tasa de interés y, en consecuencia, el aumento de la inversión, de la productividad, del salario real y, en definitiva, la caída de la pobreza y la indigencia.
No puedo dejar de comentar que estamos en esta misma casa donde, en diciembre del 2001, fue declarado y aplaudido durante la presidencia de Adolfo Rodríguez Saá el default de la Argentina. Ese default, que fue festejado y aplaudido de pie por la totalidad de la clase dirigente, sería el comienzo de un ciclo populista que ha destruido a la Argentina.
Algunos se preguntarán porqué yo estoy aquí esta noche. Decidí hacerlo personalmente por dos razones: primero, porque soy economista, además estoy orgulloso de eso. Soy el primer presidente economista de la historia Argentina, para ser más preciso. Y como soy economista, probablemente por deformación profesional, para mí el destino de un pueblo se juega en las definiciones económicas que tomo, porque solo sobre la base de una economía sana las personas pueden ejercer verdaderamente su libertad.
La primera y primordial de estas definiciones es acerca de qué se tiene que preocupar el Estado y cómo va a usar el dinero de los pagadores de impuestos.
La democracia moderna como la conocemos hoy es hija de una revolución que se gestó bajo el principio de que no puede haber tributación sin representación.
La segunda razón por la cual estoy aquí es porque vengo a proponer un proyecto de presupuesto diametralmente distinto a los que nos tienen acostumbrados. No solo distinto, sino el más radicalmente distinto de nuestra historia. A más profundo el cambio, mayor tiene que ser el esfuerzo empeñado para pelear por él.
El presupuesto nacional no es solo una ley más, es la ley de leyes, la hoja de ruta bajo la cual ordenaremos las prioridades de nuestra gestión. La piedra basal de este presupuesto es la primera verdad de una administración pública sana, la cual durante muchos años fue relegada en Argentina: el déficit cero.
Lo primero que hay que entender es que cuando los gobiernos quieren gastar compulsivamente y no les da el margen para seguir subiendo impuestos, como ocurre en Argentina, la única forma de pagar la cuenta es pidiendo plata prestada o imprimiéndola en el BCRA.
Como los políticos no entienden la restricción presupuestaria y no quieren dejar de gastar, generan déficit. Para cubrirlo, lo primero que hacen es tomar deuda, pero como no hacen el ajuste innecesario, la deuda se vuelve impagable y entonces defaultean. Así es como nos convertimos en el mayor defaulteador serial del mundo
Pero el default no es inocuo, produce la fuga de capitales, entonces los dólares comienzan a escasear y los políticos no tienen mejor idea que establecer aranceles o derechos de exportación para hacerse de los dólares del sector privado.
También establecen controles de capitales para intentar retener los escasos dólares que así genera el país.
Como eso produce que la Argentina se quede sin créditos en los mercados financieros, no tienen mejor idea que emitir dinero, lo que ya sabemos genera inflación. Nota del pie: porque la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario, le guste a quien no le guste.
Para combatir la inflación ponen controles de precios que hace 4000 años sabemos que no funcionan e inventan regulaciones que destruyen la propiedad privada, entorpecen el cálculo económico, destruyen capital y, en consecuencia, aumentan la pobreza e indigencia. Esta es la triste historia argentina de lo que los políticos y analistas llaman «política económica», que no ha sido otra cosa que la violación sistemática de la propiedad de los ciudadanos.
Dicho de otro modo, el déficit solo se cubre con deuda, que no es ni más ni menos impuestos futuros.
En Argentina más impuesto no puede haber, es el país con mayor cantidad de impuestos del mundo.
Una vez descartada la posibilidad de subir impuestos, la otra forma de solventar el déficit es con deuda, es decir, cargándole a las generaciones futuras el despilfarro de hoy. Esto no es otra cosa que entregar en el altar del populismo las vidas de nuestros jóvenes, es decir, implica el exterminio de las generaciones futuras, que hoy ya en un 70% son pobres.
Argentina, producto de ser el mayor defaulteador serial del mundo, no tiene acceso al crédito, por ahora.
Cuando esa alternativa se agota, el déficit se paga imprimiendo pesos, que es robarle a todos los argentinos mediante el señoreaje. Para que tomen dimensión de la estafa que hemos vivido: la política le ha robado a los argentinos cerca de 25 mil millones de dólares por año en señoreaje los últimos 20 años.
Y digo «robado» no como eufemismo, sino en sentido literal, porque cuanto más dinero se emite, cada peso que un argentino tiene en su bolsillo vale menos. Con el doloroso agregado de que la inflación es consecuencia directa de la emisión monetaria golpea entre 25 y 30 veces más a los que menos tienen.
En Argentina tuvimos déficit fiscal 113 de los últimos 123 años. Esos diez años que no tuvimos déficit fue porque ya había saltado todo por los aires y estamos en default. Prácticamente el 100% de nuestra historia moderna, los gobiernos incumplieron esta verdad básica de la economía y le pasaron la factura al común de los argentinos una y otra vez.
Este será el primer año de superávit fiscal sin entrar en default de toda la historia Argentina. Vaya si no hay gestión.
No es casualidad que hayamos vivido una inflación desorbitante durante le último siglo, habiendo terminado 2023 con la inflación interanual más alta del mundo, por encima de Venezuela y el Líbano. El huevo de la serpiente de todos los problemas económicos argentinos es el déficit fiscal.
¿A quién le puede servir este modelo? La madre del déficit es la compulsión inagotable de los políticos por el gasto público, que no conoce restricción presupuestaria alguna. Porque es solo gastando plata que no es suya que pueden hacer negocios para ellos, sus clientes y sus amigos.
La peor forma de gastar dinero es gastar el dineros de otros en otro, que es precisamente el gasto del Estado.
No hay nada, pero nada más empobrecedor para el común de los argentinos que el déficit fiscal. Y no hay nada que enriquezca más a los políticos que el déficit fiscal. Este es triste papel que el gasto público juega en el modelo de la casta.
La política ha adornado este modelo con buenas intenciones y marcos teóricos rimbombantes. Por años, los hemos escuchado hablar de la justicia social, que no solo es justa, sino que es extremadamente violenta porque implica sacarle a unos para darle a otros, basada en un principio inconsistente que dice que donde hay una necesidad nace un derecho. El problema es que las necesidades son infinitas y los recursos finitos.
Por eso cuando un político pide más gasto para repartir plata que no hay, en realidad lo que está haciendo es estafando a todo el pueblo argentino y jugando con el futuro de todos para anotarse un par de puntitos políticos con algún discurso pensante en el camino.
El político sabe perfectamente que, cuando aumenta el gasto público, le está poniendo la plata en un bolsillo a la gente para sacarle el doble por el otro bolsillo. Por eso vetamos el proyecto de aumento del gasto público que sancionó este Congreso y vetaremos todos los proyectos que atenten contra el equilibrio fiscal.
Hacemos esto porque no vamos a ser cómplices de estafar al pueblo argentino para adoptar una medida populista. El único contexto en el que aceptaremos discutir el aumento de un gasto es cuando el pedido venga con una expresa explicación de qué partida hay que reducir para cubrirlo. Si no es así, será vetado.
Esto, que debería ser una verdad de perogrullo, parece un sacrilegio dicho en esta casa, lugar de donde han salido la totalidad de las medidas populistas que han arruinado este país. Lo paradójico es que siempre salen con enorme apoyo. Porque es una regla tácita de la política argentina, que cuanto más votos tiene un proyecto en el Congreso, peor es para la sociedad.
Así lo han vuelto a demostrar en esta casa en las últimas semanas. Porque ellos tienen algo muy claro, que pesa más que cualquier perjuicio que le puedan infringir a la sociedad: saben que si se termina el déficit, a muchos se les termina el negocio.
Desde 1901 hasta la fecha, hubo 22 crisis económicas en la Argentina. 20 de esas 22 se caracterizaron por un déficit fiscal o alto, o directamente extravagante. Detengámonos a recordar cómo era el cuadro fiscal previo a las crisis que recordamos con más angustia.
En la previa al Rodrigazo, el déficit fiscal era de 14 puntos del PBI. Acercándonos a la crisis del ’81 y ’82, 11 puntos. Antes de que se desencadenara la hiperinflación del ’89, el Estado Nacional cargaba con 8 puntos de déficit. Y detrás de uno de nuestros últimos traumas nacionales, la crisis de la convertibilidad del 2001 y 2002, teníamos también un déficit de 7 puntos del PBI.
En este recorrido se ve un claro patrón, además de la persistencia de los políticos por gastar la plata que no tenemos: cada vez el país tiene una menor tolerancia a la distorsión fiscal. Cada vez las crisis estallan con menos déficit.
Y se preguntarán, ¿por qué ocurre esto? Ocurre porque, habiendo abusado de todos los mecanismos de financiación del déficit que existen, tanto los argentinos como los mercados cada vez nos dan menos crédito.
Esto quiere decir que cuando abordamos el cuadro de situación heredado, no estamos hablando únicamente del massazo del 2023, sino del efecto acumulado de un siglo entero de crisis recurrentes. También quiere decir que si no lo solucionamos ahora, si no damos esta pelea de una vez y para siempre, la solución será cada vez más cuesta arriba, y pronto se convertirá en una tarea imposible.
Bueno, en política, en economía y en la vida misma, uno no elige con qué cartas jugar. Uno juega con las que le tocan. Los tontos ignoran la realidad. Los necios la niegan. Los que apuestan al éxito, la aceptan.
Y la mano que nos tocó a nosotros no fue, ni más ni menos, que la peor herencia de la historia democrática, tanto en materia fiscal como en múltiples dimensiones de la vida social argentina. Heredamos un déficit consolidado de 15 puntos del PBI, de los cuales 5 puntos pertenecían al Tesoro y 10 al Banco Central. Más que en cualquiera de estas crisis que acabo de mencionar. Pero algunos que dicen ser economistas, que viven de olvidarse cosas a propósito, salen todos los días en televisión haciendo de cuenta que vivíamos en Suiza.
Para ponerlo en números palpables: ajustar el déficit de quince puntos del PBI implicó que hiciéramos un recorte del gasto de alrededor de noventa mil millones de dólares. Que no es otra cosa que decir que le estamos devolviendo a los argentinos esos 90 mil millones de dólares. O sea: no exageramos cuando decimos que hemos hecho el ajuste más grande de la historia de la humanidad. Por eso no me deja de llamar la atención que dirigentes de todos los colores y banderas nos acusen tan seguido de no tener gestión.
A ellos yo les digo: ¿saben qué? Gestionar no es designar miles de funcionarios en todos los rincones del Estado, cuando la mitad de esas áreas no debería existir. Gestionar no es que un director nacional firme una resolución para gastar millones de pesos en servicios que el sector privado puede proveer mejor y más barato. Gestionar no es hacer rutas que no conducen a ningún lado; ni viviendas hacinadas que nadie quiere. Gestionar no es saber usar bien el GDE, como decía el ex candidato Massa. Gestionar es haber evitado la hiperinflación que nos dejaron en puerta; y haberla bajado al 4% mensual.
Gestionar es sanear el balance del Banco Central y desactivar la bomba de deuda que heredamos. Gestionar es reducir el gasto público de la manera que lo hicimos, en el tiempo récord que lo hicimos. Gestionar es haber aprobado la reforma legislativa más ambiciosa de los últimos 40 años con 37 diputados y 6 senadores. Gestionar es echar los 31 mil ñoquis que hemos echado en estos primeros nueve meses. Gestionar es aprobar la boleta única de papel, una bandera de aquellos que hablan de transparencia pero que poco han hecho por ella. Gestionar es eliminar los intermediarios que lucraban con la pobreza, que inventó la ministra Stanley. Gestionar es haber eliminado los piquetes y llevar más de cuatro meses sin cortes de calle en el AMBA, o haber reducido el 75% de los homicidios en Rosario. Gestionar es remover las infinitas regulaciones que hay en todos los sectores de la economía, para facilitarle la vida a los que emprenden y trabajan. Gestionar es recuperar la confianza del sector privado y que inviertan más de 50.000 millones de dólares, como han anunciado.
En definitiva: gestionar no es “administrar el Estado”. Gestionar es achicar al Estado, para engrandecer a la sociedad. Estamos resolviendo en un año el desastre que nuestros predecesores, por acción u omisión, generaron durante más de 20 años. Así que cuando los responsables del fracaso nos acusan de no tener gestión, lo llevamos en el pecho con orgullo.
Sin embargo, el gigante desafío persiste. Y ahora tenemos que hacer valer el titánico esfuerzo hecho por todos los argentinos, y darle sostenibilidad para el futuro. Por eso, hemos decidido que parte de nuestro legado sea cambiar para siempre la metodología a través de la cual se elabora el presupuesto. El déficit siempre fue consecuencia de pensar primero cuánto gastar, y después ver cómo conseguirlo. Nosotros vamos a hacerlo al revés, pensando primero cuánto tenemos que ahorrar, para después ver cuánto podemos gastar. Por eso estamos proponiendo una regla fiscal inquebrantable, para este presupuesto y para todos los presupuestos que vengan de acá en adelante.
Los invito a volver por un minuto a despejar la «X» conmigo para entender de qué se trata. La primera premisa de la que partimos es que el superávit primario tiene que equivaler o exceder obligatoriamente al monto de los intereses de deuda a pagar. De modo que, si el superávit primario es el resultado de netear los ingresos con los gastos corrientes y de capital, el gasto primario tendrá que ser igual o menor a los ingresos menos el superávit primario. Es decir, el nivel de gasto a erogar estará condicionado por el nivel de superávit primario a conseguir, que a su vez estará condicionado por el monto de la deuda a pagar.
Ahora, detengámonos un segundo en el gasto. El gasto corriente está compuesto de la suma del gasto automático, ilegalmente indexado por ley, y el gasto discrecional. El gasto automático es el componente de gasto que está indexado a la inflación y otras variables. El gasto discrecional no está indexado, o sea que no importa la inflación que haya, sigue siendo el mismo. Bajo este nuevo esquema que estamos proponiendo, si los ingresos son mayores a los estimados, el gasto automático podría aumentar en igual medida, pero el gasto discrecional se mantendrá igual. Por lo cual, si el aumento en la recaudación es transitorio, el Estado podrá ahorrar, lo cual implicará la destrucción de pesos y, por ende, la revalorización del peso o la cancelación de deuda. Y si el crecimiento económico es sostenido, y en consecuencia el aumento de los ingresos es estructural, el Estado va a poder devolverle a la sociedad ese ahorro en reducción de impuestos, tal como nos hemos comprometido.
Por otro lado, si la economía no crece y los ingresos son menores a los estimados, caerá también el gasto automático y reduciremos el gasto discrecional en la misma proporción. Con lo cual, esta vez será el sector público y no el privado el que absorberá eventuales recesiones.
En resumen, nuestra metodología presupuestaria va a lograr tres objetivos inéditos.
Va a garantizar el equilibrio fiscal, terminando con el castigo de la deuda y la emisión. Va a obligar al Estado a hacerse cargo y absorber el costo de eventuales recesiones. Y para los períodos de abundancia, como serán los años que vienen, va a obligar a devolver el exceso de recaudación a la sociedad a través de la baja de impuestos.
Esto quiere decir que, de mantenerse esta metodología de acá en adelante, no solo podremos ir reduciendo impuestos, sino también el tamaño del Estado, que es la verdadera presión impositiva.
Pero para que esto sea posible, en la Argentina nos debemos un debate honesto acerca de qué se tiene que ocupar, y de qué no, el Estado nacional. Nos hemos acostumbrado a pensar al Estado nacional como una niñera, que se tiene que hacer cargo de todo, desde darle de comer hasta entretener a cada argentino. Pero cuando un Estado se arroga tareas que no le competen, termina por incumplir las responsabilidades fundamentales que sí le corresponden.
Así llegamos a un Estado que, en el afán de cumplir todos los supuestos deseos de sus ciudadanos, nos terminó legando 50% de pobreza, el retorno del analfabetismo, tasas de criminalidad siderales, un entramado energético que no soporta cuatro días de calor seguidos, fuerzas armadas abandonadas y sin capacidad de respuesta, una justicia trágicamente lenta, y hospitales públicos sin insumos que no pueden curar a nadie.
Mientras tanto, se dilapidaron miles de millones de pesos en recitales a los que iban 300 personas, medios públicos al servicio de los militantes, rutas que no conducían a ningún lado, y se pasaban el día promulgando leyes que oscilan entre ridículas, inútiles y nocivas. Como dijo Cicerón, el gran legislador romano, «Cuanto más se acerca el colapso de un imperio, más estúpidas son sus leyes» y vaya que Argentina ha colapsado. Y lo peor de todo, nos dejó un sistema en el que el 70% del gasto público se va en gasto social de distinto tipo.
Esto que durante años ha sido aclamado como un éxito por todo el arco político no indica otra cosa más que una tragedia humanitaria, porque significa que más de 20 millones de argentinos no se pueden sostener por sus propios medios si no es con la ayuda del Estado. Si alguien cree que esto es algo deseable, déjenme decirles que están equivocados.
¿Les parece que esto es ajeno a que el Estado realice tan pobremente sus tareas esenciales? Por eso es hora de volver a las bases y barajar de nuevo algunas definiciones. Lo fundamental que tiene que hacer un Estado nacional es asegurar la estabilidad macroeconómica y el imperio de la ley. Punto. Cualquier otra cuestión puede resolverse a través del mercado, o es competencia de los gobiernos subnacionales.
Para ser más claro, lo desgloso en partes:
¿Qué es estabilidad macroeconómica? Que no haya déficit fiscal y comercial, y que haya estabilidad monetaria y cambiaria. Y que, en consecuencia, no haya inflación. Y que al no haber inflación haya acceso al crédito privado. Y que en consecuencia las personas, las familias, y las empresas puedan recuperar el cálculo económico, la capacidad de proyectar y, en definitiva, recuperen el futuro mismo.
¿Qué es el imperio de la ley? Seguridad, para proteger a los ciudadanos de posibles ataques de otros ciudadanos a su vida y su propiedad. Justicia, para dirimir imparcialmente en los conflictos entre ciudadanos, y castigar a quienes infringen la ley. Y defensa, para protegernos de posibles conflictos con otros países o amenazas externas. Repito: cualquier otra cuestión puede resolverse a través del mercado, o es competencia de los gobiernos subnacionales.
Así como el déficit es el corazón del problema, la reducción del gasto para lograr superávit estará en el centro de la solución. ¿Por qué? Porque es el único camino para devolverle a los argentinos el fruto de su trabajo, que hoy el Estado les quita con impuestos. Las Sagradas Escrituras cuentan que en el antiguo Egipto, los judíos eran obligados a dar un quinto de su cosecha al faraón, mientras que los cuatro quintos restantes los podían disponer a su antojo. Imaginen lo mal que están las cosas hoy, cuando incluso los esclavos de antaño pagaban menos impuestos que los hombres libres de hoy.
El superávit hará que la deuda sea sostenible. La sostenibilidad de la deuda bajará el riesgo país y abaratará el costo financiero, lo que contribuirá al aumento de la inversión y el ahorro, y en consecuencia, al crecimiento económico y al salario real. Además, implicará una menor presión fiscal futura sobre los contribuyentes, lo que generará más incentivos para invertir.
En una economía globalizada, y más aún desde la existencia de internet, el capital se ha vuelto nómada. Hoy cualquiera puede abrir una cuenta en Estados Unidos o Paraguay sin moverse de su casa, buscando mejores condiciones fiscales que las que ofrecemos nosotros. Por eso, es imperativo que Argentina vuelva a ser atractiva para los argentinos.
Tenemos que acabar con esta tendencia de expulsar el capital de nuestros compatriotas con impuestos prohibitivos, que solo reducen el flujo y el tamaño de nuestra economía, castigando al país con más pobreza y exclusión. Queremos que las empresas argentinas vuelvan a ser competitivas para que puedan contratar más trabajadores, pagarles mejores sueldos y detener el éxodo de capital humano que sufrimos desde hace más de 20 años.
Debemos aceptar de una vez que lo mejor para un trabajador es un empresario que invierte. Pero la única forma de multiplicar la cantidad de empresas es quitándoles la mano del bolsillo, liberándolos del infierno de regulaciones, permisos y costos altísimos que enfrenta la actividad privada en este país.
Para llegar a ese punto, hemos propuesto el plan de reformas estructurales más ambicioso en la historia de Argentina. Este comenzó con el Decreto 70/23, continuó con la aprobación de la Ley Bases sancionada por este Congreso y sigue con todas las desregulaciones que anunciamos a diario, además de los proyectos de ley que seguiremos enviando a este Congreso.
Gracias a esta mega-reforma del Estado que hemos emprendido, estamos alcanzando niveles de libertad económica similares a los de Alemania, Francia o Italia, en menos de un año de gestión, con viento y marea en contra. Y seguimos firmes y decididos a convertirnos en el país más libre del mundo.
Incluso si todo saliera como pensamos, esta lucha contra el gasto público y el «costo argentino» se libra en todas las dimensiones del Estado, incluyendo las jurisdicciones provinciales y municipales. Por eso, a los gobernadores les digo: cumplir el compromiso de reducir el gasto público consolidado al 25% del PBI requiere que las provincias, en su conjunto, hagan un ajuste adicional de 60.000 millones de dólares. Nosotros ya cumplimos nuestra parte del acuerdo. Ahora les toca a ustedes.
Los argentinos, de norte a sur, saben perfectamente que por cada peso que las provincias y municipios dejen de gastar, se podrá devolver en reducciones de ingresos brutos u otras tasas. Si cumplen con este mandato popular, los argentinos de bien estarán agradecidos.
Hay algo que estoy seguro de que los argentinos no les permitirán: que cuando el Estado nacional elimine o reduzca un impuesto, ustedes intenten ocupar ese espacio subiendo los suyos. No va a funcionar. Los argentinos son un pueblo rebelde, cansado de las maniobras de los políticos. Estamos viviendo un momento crucial en la historia argentina. No lo subestimen.
Por último, quiero dirigirme a los miembros de este Congreso: estamos en un momento clave en la historia de nuestro país. No es frecuente que se presenten oportunidades para cambiar el curso de la historia. Si fuera fácil, no estaríamos donde estamos hoy. Por eso, más que una oportunidad, tenemos la obligación de aprovechar este momento. Porque cuanto más profundo nos sumergimos en el fondo del mar, más tenemos que nadar para salir a flote.
El único camino hacia arriba es terminar con el déficit fiscal, reducir el gasto público, eliminar impuestos y confiar en el ejercicio de la libertad de los argentinos. Si hacemos las cosas bien, viviremos en un país con estabilidad económica, donde planificar un proyecto de vida, formar una familia o emprender un negocio rentable será nuevamente una realidad.
Si hacemos las cosas bien, encabezaremos los rankings de libertad económica en el mundo. Si hacemos las cosas bien, tendremos un país donde el Estado volverá a ser un sirviente de sus ciudadanos, y no su amo y señor, como decía Milton Friedman. Si hacemos las cosas bien, revertiremos un siglo de humillación al que la sociedad argentina ha sido condenada injustamente.
Por eso, miembros del Congreso de la Nación, la situación política actual les ofrece dos opciones: o hacemos exactamente lo contrario a lo que hemos hecho en los últimos 100 años y dejamos de hundirnos, o seguimos haciendo lo mismo, mantenemos todo como está y conservamos este sistema corrupto que empobrece cada día más a los argentinos. Esos son los dos caminos.
Sepan, miembros de este honorable Congreso, que la decisión de en qué lado de la historia quieren estar es suya. Luego, será la ciudadanía quien los ubique en la avenida de los justos o en la esquina de las ratas miserables que apostaron contra el país y su gente.
Confío en que este honorable Congreso Nacional debatirá el proyecto de Presupuesto con la responsabilidad y seriedad que nuestra situación actual requiere.
Que Dios bendiga a los argentinos, y que las fuerzas del cielo nos acompañen. Viva la libertad carajo. Muchas gracias».
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